Noticias del frente del Este, 8

 



 Voy a la zapatería con un zapato al que se le ha descosido  el empeine. El zapatero es un hombre calvo pero joven. En el fondo de la tienda hay una mujer, también joven y con un mandil azul, que está pegando la suela de una bota de montaña. La radio, a todo volumen, emite las últimas noticias de la guerra de Ucrania.
El zapatero me dice:
—Putin no parará hasta llegar a Lisboa.
Yo le pregunto que cuándo estará arreglado el zapato.
—Mañana… si el cabrón de Putin no nos ha invadido.
Es evidente que Putin no le cae simpático. Tampoco a mí pero no me apetece hablar del tema. Lo que sí me llama la atención es el surtido de cordones, monederos de cuero, cintos y llaveros que se exhiben en un expositor. Detrás del mostrador está la máquina que sirve para hacer copias de llaves y, colgado en la pared, un calendario en el que se ve a una banda de gaiteros en la plaza del Obradoiro.
—¿Cuánto cuesta un llavero con la bandera de Ucrania?
—Cuatro euros.
—¿Son para ayudar a los refugiados?
—Estos no —dice el zapatero— pero se venden muy bien.
Compro dos: uno para mí y otro para mi hija pequeña, que sueña con que acojamos en casa a un huérfano ucraniano. El mayor, en cambio, echa la culpa de la guerra a los Estados Unidos y la OTAN. Si le regalara un llavero con la bandera de Ucrania, me diría que soy víctima de la propaganda imperialista.
El zapatero envuelve el llavero en un trozo de papel de periódico. Baja la voz para decirme:
—Aquí respetamos a todo el mundo, ¿eh?, no vaya a creerse. Incluso tenemos una clienta rusa.
—¿Y llaveros con la bandera de Rusia?
—Eso no sería políticamente correcto... ¿Te acuerdas de la rusa? —se dirige a la mujer del fondo.
—Una buena persona.
El zapatero me cuenta que la rusa le dejó a deber cincuenta céntimos por un arreglo. “No se preocupe” —le dijo el zapatero—. “Por cincuenta céntimos no se moleste en volver”. Porque la rusa vivía en el pueblo de al lado, a unos tres kilómetros. Ella, sin embargo, fue a casa y volvió en coche para pagar los cincuenta céntimos que debía.
—Creo que da clases de piano —dijo la mujer del fondo sin interrumpir su tarea—. En Rusia, por lo visto, hay muchos músicos, campeones del mundo de ajedrez y gente así.
Al despedirnos, el zapatero me recordó que pasara el día siguiente a recoger el zapato roto.
— Me acercaré por la tarde, después del trabajo.
El hombre meneó la cabeza. Dijo:
—Si el cabrón de Putin no nos ha invadido.
La radio informaba del inminente envío de aviones de combate españoles a la frontera de Rusia. La zapatera, al fondo de la tienda, la apagó. En el mismo estante donde estaba el aparato de radio había una cafetera de cápsulas. Como la mujer había terminado de pegar la suela, preguntó a su compañero si quería un café.  Este pidió un descafeinado.

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