Noticias del frente del Este, 9

 


 El accidente ocurrió de la siguiente manera: Julián Zavala había asistido a una asamblea de la plataforma en defensa de la sanidad pública de su ciudad. La asamblea tuvo lugar en la Casa de la Cultura, a las 8.30. Duró cerca de dos horas. A la salida, Julián se entretuvo charlando sobre algunas de las cuestiones tratadas con la secretaria de la plataforma, que era una profesora de yoga. Llovía débilmente. Ambos se cubrieron con las capuchas de sus anoraks, pero ello no impidió que al meterse en el coche Julián estuviera calado. Maniobró para salir del aparcamiento, en realidad un solar con zanjas y charcos en los que era fácil quedarse atrapado, y salió a la carretera general. La combinación de humedad y calor en el interior del vehículo provocó que el parabrisas se empañara y Julián se distrajera activando el aire acondicionado. Se salió de la carretera y se estampó contra la valla de una finca. El propietario de la casa llamó al 112. Acudió la Guardia Civil, un SVA y un equipo de excarcelación de los bomberos. Lo evacuaron, inconsciente,  al hospital. Ahora está en una silla de ruedas.


Han pasado varios meses desde el accidente y Julián está viendo en la televisión a un hombre, más o menos de su misma edad, que ha perdido las piernas en el bombardeo de Mariúpol. El hombre cuenta  —en ucraniano, con subtítulos— que quedó sepultado bajo los escombros de su vivienda. Lo rescataron los bomberos, lo llevaron al hospital y cuando recuperó la consciencia los médicos le dieron la buena noticia de que había sobrevivido y la mala de que le habían amputado las dos piernas. La periodista le pregunta si ha pensado en suicidarse o en irse a matar rusos. “Ninguna de las dos cosas”, responde él (en ucraniano, con subtítulos). Añade que más tarde se enteró de que su mujer y su hija de cinco años habían muerto en el bombardeo.  Recibe tratamiento psiquiátrico. Solloza. Se hace un silencio y termina la entrevista.


Julián cambia de canal. Le dice a su mujer: “Desde luego no hay quien entienda el ucraniano”. Ella pone un gesto de "¡Qué se le va a hacer!" Está ayudando a su hija de cinco años con los deberes de matemáticas. Añade: "Tampoco hay quien entienda las matemáticas".


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