Noticias del frente del Este, 10


 

 He caído en un barranco y me he roto una pierna o las dos. Oigo el zumbido del helicóptero que sobrevuela la montaña en mi búsqueda. Como estoy atrapado en el fondo de una sima, es improbable que puedan verme desde el aire. Seguramente se han desplegado equipos de rescate por tierra pero el servicio meteorológico prevé una tormenta de nieve al atardecer, así que el helicóptero tendrá que volver a la base y se irán los socorristas.


Tanto empeño por salvar la vida de un ciudadano ocioso e irresponsable que se aventura solo en lo más agreste de la sierra. La generosidad del Estado me abruma ya que, como es sabido, el grueso de las fuerzas aéreas y las unidades de alta montaña ha sido movilizado para la guerra. Desde que el Enemigo invadió nuestras fronteras, ha subido el precio del gas, los alimentos escasean y cunde la desesperanza. Nuestros gobernantes declaran sin ambages que ha llegado la hora de apretarse el cinturón. El riesgo de una guerra nuclear ocupa los titulares de todos los informativos. La inteligencia militar alerta de que el Enemigo no se conformará con ocupar solo las regiones extremas. Sus columnas de blindados avanzarán por las carreteras nevadas hacia el oeste y hacia el sur, y no pararán hasta alcanzar, victoriosas, los confines del viejo mundo, dejando a su paso un infierno de ruinas y de cadáveres maniatados con un tiro en el cráneo. 


Por eso me lancé al vacío. Ignoro si el helicóptero que rastrea la montaña es de los nuestros o del Enemigo, que ya está aquí. Quizá me haya roto una pierna o las dos, quizá el golpe en la cabeza haya tenido consecuencias fatales. De todos modos, cuando un misil atómico impacte en la ciudad y fulmine a sus habitantes, yo me habré convertido en una estatua de hielo que no siente ni padece.


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