Noticias del frente del Este, 11

 


 El principal atractivo de la ciudad son sus murallas. Fueron, en un tiempo, murallas inexpugnables, contra las que se estrelló una y otra vez el coraje de las huestes invasoras y apenas hizo mella el fuego de la artillería. Los barrios más pintorescos de la ciudad se sitúan hoy a su sombra protectora, tanto dentro como fuera del recinto fortificado, en el antiguo arrabal. Abundan allí las tabernas tradicionales, las librerías de viejo, las tiendas de recuerdos para turistas y las pastelerías judías, que son la especialidad del lugar, gracias a exitosas iniciativas emprendedoras encaminadas a recuperar la gastronomía de los hebreos que poblaron la villa en la Edad Media. Hay rutas guiadas por el módico precio de tres euros. Las visitas se realizan en castellano, inglés y francés, en grupos acompañados por una historiadora municipal.


No obstante, una muralla inexpugnable nunca pierde del todo su carácter imponente, la condición de mole severa, cierto aspecto macizo y espantoso, por más que se planten jardines en donde antes solo había campo de batalla. Con el paso de los siglos, se ha convertido en un formidable obstáculo para el desarrollo de la ciudad moderna, cuyo tráfico y urbanismo se ven seriamente afectados por una infraestructura ciclópea que no cumple función defensiva alguna y, por lo contrario, genera serios problemas de seguridad. Todas sus piedras, en efecto, rezuman muerte. Todos los meses la muralla se cobra un cuantioso tributo de borrachos, suicidas y turistas despistados, que se precipitan desde las almenas al suelo y mueren en el acto.


Para evitar accidentes, las autoridades acordaron asegurar el itinerario con cables de acero a modo de barandillas, iluminar el camino de ronda e instalar cámaras de videovigilancia. La Dirección General de Patrimonio  puso el grito en el cielo; o, peor aún, puso una denuncia al ayuntamiento; sin embargo, las numerosas caídas mortales de turistas como consecuencia de selfis imprudentes convencieron a Patrimonio de la urgencia de relajar los criterios de protección.


Todos los expertos coinciden en que la única salida honorable para la muralla es que recupere su función original.  El riesgo de que estalle una tercera guerra mundial ha generado expectativas ilusionantes. Nadie es tan ingenuo o desconocedor del arte de la guerra como para tomarse en serio la efectividad de una simple valla de mampostería frente a un misil balístico de largo alcance. Otras son, sin embargo, sus posibilidades estratégicas.  En previsión de que el conflicto del Este se internacionalice, el ayuntamiento ha creado un cuerpo de francotiradores voluntarios que se desplegará en la muralla. Lo integran excombatientes del Oriente Medio, mercenarios de todos los pelajes y devotos de las armas. Apostados en las saeteras, su función consistirá en disparar contra los invasores del exterior y abatir sin piedad a los colaboracionistas de la quinta columna. De este modo se garantiza la seguridad ciudadana por partida doble: los borrachos, los suicidas y los despistados tendrán vetado el acceso a la muralla y no morirán en vano; por otra parte, se eliminará a elementos hostiles que conspiran contra nuestro modo de vida occidental.

 

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