Castilla la común, 29



Se han sentado para protegerse del sol a la sombra de un árbol que hay en la orilla del camino. La mujer dice:
—¿Te acuerdas…?
El hombre responde que sí, que han pasado muchos años pero se acuerda como si fuera ayer, que a veces se le olvidan la fecha de su cumpleaños, el de ella, o su número de teléfono, el de él, pero que eso lo tiene grabado en la memoria.
Ella arranca una hierba y se la pone en la boca. Observa un pájaro negro que se ha posado en el suelo.
—Es un tordo —dice el hombre.
—Ya me acuerdo: cara fina y culo gordo.
El hombre se pone de pie, el pájaro se espanta. Le dice a su compañera:
—¿Vamos?
La pareja echa a andar de nuevo. Hay por delante una largo tramo recto, pues la tierra es llana y se ven hasta lo lejos sembrados de cereal y pinares. Es mediodía, cuando hace más calor. La tierra del camino está seca, costrosa. A ella le dan miedo las víboras, que pueden salir de debajo de cualquier piedra.
—¿Queda mucho para llegar? ¿Seguro que te acuerdas?
El hombre dice que sí, que dentro de nada estarán en el río donde se bañaban de pequeños,  un remanso de agua y verdor en el que jugaban a buscar tréboles de cuatro hojas, perseguían a las libélulas y se tumbaban entre las flores de la menta.
—¿Oyes el ruido de la catarata?
—No.
—¿Y las ramas de los chopos?
—Tampoco.
—De todos modos ya estamos cerca.
El hombre mira adelante, hacia donde el camino traspone unas lomas; y la mujer, a las piedras bajo las cuales hacen su nido las víboras. Tras muchos años de ausencia, viviendo en ciudades extranjeras, han vuelto a su pueblo y se han acordado del río en el que se bañaban de pequeños. Les gustaría tanto zambullirse otra vez en su agua fresca y limpia...


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