El hombre y el mono

 


 Julia Uribe era la primera persona que había estado en Virunga a quien tuve el gusto de conocer. Su verdadero oficio era policía antidisturbios pero sabía de los gorilas de montaña tanto o más que cualquier zoólogo. Mientras cenábamos unas pizzas, en el restaurante Salerno, me habló de un lugar de la jungla en el que se aparean los gorilas. Era un sitio protegido, una especie de santuario natural adonde solo podían acceder las expediciones científicas. Si ella había llegado hasta allí, era gracias a que se había ligado a un cámara de la televisión danesa que filmaba, junto a un equipo de naturalistas de su país, un documental sobre los grandes simios. Julia se explayó con tanto entusiasmo refiriéndome la conducta sexual de los gorilas, me describió con tal prolijidad de detalles sus rituales eróticos, que me empecé a sentir mal de repente y tuve que ir al servicio.


En el espejo del baño de hombres vi a un individuo notoriamente flácido. Vestía unos pantalones de pitillo, un jersey de cuello alto y una americana entallada, todo de diferentes gamas de grises. Exhibía una media melena ondulada y una combinación de bigote y perilla que formaba una circunferencia perfecta alrededor de la boca, en la cual se dejaban entrever unos dientes de  impecable factura. Antes de la cita, había acudido a un salón de belleza masculina para causar buena impresión a su pareja. Por eso se sentía limpio, ligero, fresco y atractivo, con el pecho y la espalda recién depilados, y unos calzoncillos Calvin Klein de imitación por si surgía cualquier imprevisto. Sabía que Julia era un miembro de las fuerzas de seguridad del Estado, la había visto uniformada en Instagram, disolviendo una manifestación de obreros de la industria naval, y le había parecido la mar de sexy. El individuo del espejo, sin embargo, no era Tarzán.


De postre, Julia Uribe pidió tiramisú y yo un café cortado. Luego me invitó a su casa a ver los vídeos de los gorilas. Quería mostrarme cómo atruenan la jungla sus gritos de excitación, estremecedoramente humanos, y la fogosidad salvaje con que los machos embisten a las hembras en celo. Yo había pensado en algo más tranquilo, como un concierto de jazz. Cuando salíamos del restaurante Salerno, ella se quedó unos segundos olfateando el ambiente, como si siguiera el rastro de los monos en Virunga. Creo que era por mi perfume Eau de toilette Bad Boy de Carolina Herrera.


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