Fin de viaje



Es una pena que se haya acabado el viaje. Lo único que nos espera en Ítaca es el correo atrasado: la factura del gas, las ofertas del supermercado de la esquina, una sospechosa carta de la Dirección General de Tráfico, pero ni una palabra de ninguna Penélope. La maleta ya está en el maletero, lista por si la próxima vez hay que salir corriendo. La ropa sucia se acumula en el cuarto de la lavadora y las cosas que antes cabían dentro de una mochila están desparramadas por todos los lados, sin encontrar su sitio en casa. El repelente de insectos que usamos durante la travesía de la jungla vietnamita, ¿lo guardaremos en el botiquín? El anorak de plumas que nos salvó de morir congelados en Alaska, ¿lo pondremos a la venta en Wallapop?

El sofá y la televisión están donde los habíamos dejado, en standby como la nevera. Mañana comienza la rutina. Al menos no habrá que preocuparse de si vamos al norte o al sur, si vemos las pinturas rupestres o el museo del traje, si comemos en un restaurante tradicional o en un McDonald’s (más barato). Se acabaron las sorpresas. Porque una sorpresa fue ir a Galicia y que no lloviera; ir a Valencia y que no parara de llover; ir a Baqueira Beret y que la nieve se derritiera en pleno invierno; atravesar la Sierra de la Culebra y no ver ningún lobo. 

 Nos podíamos haber quedado en casa viendo los documentales de La 2. Después de tantos gastos regresamos más pobres y quizá igual de ignorantes. Recorrimos África saludando con un “hakuna matata” a todos los nativos, pero los leones de El rey león no rugían en la sabana.

Comentarios