Noticias del frente del Este, 13

 


 Es un caso digno de consideración que las bombas de Zelenski no solo sean inteligentes: van derechas al blanco; sino también humanitarias: no matan a nadie. He aquí la razón por la que en la prensa libre nunca se ha visto un muerto del bando enemigo. Es cierto que los muertos no hablan y si hablaran, lo harían en ucraniano o ruso, así que ¿quién sin un grado en filología eslava sería capaz de entenderlos y averiguar su nacionalidad? Cuando el ejército de Zelenski bombardea una ciudad, no muere ningún niño. Las bombas respetan a las mujeres embarazadas. Los milicianos del Batallón Azov piden educadamente el documento de identidad a los ucranianos partidarios de Rusia y, una vez identificados, les ponen una multa por estar en el bando equivocado.


Según la Wikipedia, la guerra del Dombás empezó en 2014. Murieron unos 4.000 soldados del ejército ucraniano y alrededor de 6.000 combatientes de Donetsk y Lugansk. A las bajas militares hay que añadir más de 3.000 civiles muertos. Pero la prensa libre no estaba allí y, por tanto, no se reportaban masacres que escandalizaran nuestras conciencias. Por entonces Zelenski, el servidor del pueblo, no había sido aupado al estrellato internacional ni impartía charlas por Skype sobre el destino de Occidente. 


Todas las víctimas inocentes de la guerra merecen nuestra compasión y solidaridad, sean ucranianos de uno u otro bando, rusos o nosotros mismos.  Porque quienes nos arrastran a la catástrofe son nuestros oligarcas y sus oligarcas: ellos son los interesados en que se derrame la sangre de los pueblos. Y nuestros hermanos no son los Zelenski, los militares de la OTAN ni los especuladores del petróleo, sino la humanidad doliente que pierde sus vidas bajo las bombas, incluidas las que envía nuestro gobierno.

 

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