Castilla la común, 35

 



 Yo también quiero pertenecer a una comunidad histórica; y no solo histórica, sino ancestral. A quién no le hace ilusión presumir de antepasados que levantaban piedras del tamaño de un becerro, bailaban al son de la gaita en un claro del bosque y recitaban misterios alrededor de la hoguera en las primeras noches de la historia. Pero, ¡vaya!, yo no tengo raíces profundas plantadas en una mullida tierra maternal de la que pueda enorgullecerme. Porque yo nací en un país, el carpetovetónico, cuyos hijos provocamos la misma reacción nefasta que los caníbales, cafres, jíbaros y demás pueblos aborrecidos por sus costumbres bestiales. El propio diccionario de la Academia, Real y Española, se ensaña con ellos o con nosotros:


Carpetovetónico, ca. 1. adj. Perteneciente o relativo a los carpetanos y vetones. 2. adj. Considerado como característico de la España profunda frente a todo influjo foráneo. Usado más en sentido despectivo.


Si alguien se imaginaba a los carpetovetónicos como unos buenos salvajes ecologistas; rubios, fornidos y hermosos habitantes de los montes, que se apee de la burra. Carpetovetónico era Paco Martínez Soria babeando delante de una turista sueca que toma el sol en la playa con las tetas al aire. El Fary o Torrente son personajes formidables de nuestra vieja raza, en la que no destaca ningún Breogán o Viriato. Carpetovetónico significa casposo, cutre, cerril, paleto.


Hace miles de años, sin embargo, los carpetanos eran un pueblo de filiación céltica que habitaba en la Meseta Sur, en lo que luego sería Castilla la Nueva. Según los historiadores, constituían una comunidad relativamente próspera, con una estructura política descentralizada y una organización social igualitaria. Se infiere que eran pacíficos porque no se les relaciona con episodios bélicos ni caudillos conocidos. Los vetones, por su parte, habitaban en un territorio comprendido entre los ríos Duero y Tajo, en parte de las actuales Castilla, Extremadura y Portugal. De cultura también celta, construían castros defensivos en zonas elevadas.


Ningún dato de la arqueología o la antropología justifica la mala prensa de los carpetovetónicos ni su vinculación con el paletismo de la España profunda. Seguramente los galaicos, astures, cántabros y vascones eran igual de primitivos que los carpetovetónicos, pero los regionalismos fantásticos del norte reivindican su memoria con orgullo, reviven sus muertas mitologías y se empeñan en que sean fundamento de su identidad, inculcándoselas a los niños en las escuelas. 


En la Página del Idioma Castellano leemos una explicación plausible sobre los orígenes del estereotipo de  español carpetovetónico o castizo, que se remontaría a la alianza militar de los carpetanos y los vetones contra los romanos en el siglo II a. C. Los indígenas derrotaron a los invasores en dos ocasiones y firmaron un tratado de paz con Tiberio Graco. En 153 a. C. fueron sometidos por Escipión el Africano. Con el tiempo, la resistencia de estos pueblos de la Meseta  se convirtió en un símbolo del nacionalismo español, como sucedió también con la de los numantinos. Para los españoles progresistas, en cambio, carpetovetónico adquirió un sentido peyorativo, por sus connotaciones de patrioterismo ultramontano; asociación semántica que ha acabado imponiéndose en la lengua común.


Así pues, nadie quiere ser carpetovetónico, y con razón. Nadie por estos pagos reivindica a sus ancestros de la Edad del Hierro, afortunadamente. Los carpetovetónicos ya no existen. Castilla, mutilada, desmembrada y escarnecida por los propios castellanos, tampoco. No pudiendo ejercer de carpetovetónicos ni de castellanos, menos mal que nos queda España.


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