¿Talón o tobillo?

 


 Estoy paseando por el monte y de pronto me entra la duda de si el talón es el tobillo o el tobillo es el talón. Para aclarar el tema, paro a la sombra de un pino y consulto la aplicación del diccionario académico.


Estas vacilaciones absurdas sobre el significado de palabras corrientes y molientes me asaltan cada vez con mayor frecuencia. Como buen hipocondríaco, las achaco a síntomas de una galopante degeneración neuronal propia de la edad caduca.

 
El problema radica en que un servidor, además de decrépito, es filólogo y se gana la vida enseñando a los que no saben. ¿Qué diría el más torpe o el más díscolo de sus alumnos si supiera que el profesor de Castellano tiene que mirar en el diccionario el significado de “talón”? Un maestro de gramática que exige a los adolescentes el conocimiento de tecnicismos tales como acrónimo, parasíntesis u oxímoron debería mantenerse en mejor forma intelectual, desde luego. O, en todo caso, mostrarse menos intransigente con los errores de los demás, que además son casi niños.

Al menos esta lucidez tardía lo redime de sus otros deterioros. Aunque a buenas horas —le recrimina su conciencia en modo refranero—; a buenas horas, mangas verdes.


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