Un chochín

 


 En un arbusto, cerca del arroyo de Las Mesas, hay un chochín.  Lo observo con los prismáticos, pero cuando estoy a punto de fotografiarlo, se va. El chochín es un pájaro diminuto, del tamaño de un ratoncito y de plumaje apagado, que se pasea por las ramas con la cola levantada. Como todas las aves insectívoras, tiene un pico fino y puntiagudo. 


La pena del chochín es su nombre, que suena ridículo. Chochín hace gracia porque parece el diminutivo de chocho, que viene siendo lo mismo que coño o vulva. Sin embargo, ni su forma de bola con plumas ni sus hábitos pajariles justifican tal apelativo. Por otra parte, si el nombre vulgar roza la grosería, el científico —Troglodytes troglodytes— sugiere una criatura rupestre, una especie de lagartija o bicho de las cavernas. Ello se debe a que el chochín gusta de guarecerse en agujeros y hendiduras, de modo que la denominación posee cierto valor especificativo.


Menos mal que el vivaracho chochín pasa tanto de la calenturienta imaginación del vulgo como de  la manía clasificatoria de los científicos. Los que pagan el pato de este dislate onomástico son en realidad los maestros de escuela. Y es que cuando estos tienen que explicar la lección de las aves y llegan al chochín, automática e inevitablemente, se arma un cachondeo de tres pares. Nada comparable, sin embargo a cuando en la lección siguiente —las aves acuáticas— el profesor de Ciencias Naturales nombra la polla de agua o gallineta común… Entonces, ¡qué sindiós de risas y comentarios procaces…! Hay que reconocer que el chochín y la polla se lo ponen a huevo.

 [El pájaro de la foto no es el chochín del texto]

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