A lo mejor iba por un camino

 


 A lo mejor iba por un camino y se salió de él. Los guardias vieron su rastro en la nieve pero no lo siguieron, ya que huellas marchaban en sentido contrario a las agujas del reloj. En algunos lugares los agentes se hundían hasta las rodillas; o peor aún, hasta el cinturón donde llevaban enfundada la pistola.

A lo mejor llegó a una casa de al menos siete chimeneas, en la que una ventana iluminada enmarcaba el perfil de un hombre que va a emprender un viaje, y se cuestiona el tiempo y el contenido de la maleta.

Se limpió las suelas de los zapatos en el umbral, aunque solo fuera por costumbre; y tosió y se aclaró la garganta, a modo de preámbulo.

A lo mejor dijo que se llamaba Lorenzo, Ignacio, Fabián.

Con toda certeza, la mesa estaba puesta en el comedor y él tomo sitio, si no en la cabecera, al menos en uno de los lados, entre una señora que ya no tenía dientes para masticar el pan y un niño con vocación de artillero que lanzaba a todo el mundo proyectiles de miga de pan. Nadie le reprochó al intruso el absurdo de que en su idioma el pan no se llamara pan.

¿Bendijo los alimentos? Supongamos, si omitió el trámite, que profesaba otra fe. Supongamos, sin ir tan lejos, que el hambre le jugó una mala pasada y se lanzó a atiborrarse  ansiosamente, a dos carrillos, como hay dios en la tierra.

Luego, en la sobremesa, eructó, vio la televisión, se echó la siesta, le taparon la barriga con una manta para que no le cogiera el frío...

 

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