Domingo imperfecto

 

Exposición Olhares Modernos, MACNA

Ahí tenéis a un tipo llamado Diego Vidal, en la playa, caminando sobre la franja de arena donde rompen las olas y recogiendo conchas de moluscos. Cuando la aplicación del móvil le indicó que había andado cinco kilómetros, se sentó a tomar el vermut en la terraza de un chiringuito. Comió en casa de su madre la tradicional paella dominical, señuelo infalible para las reuniones familiares, y luego se echó la siesta, despatarrado en un sillón orejero. Lo despertó un sobrino de tres años con el ruido de la sirena del coche de policía que él mismo le había regalado por su cumpleaños, leyó los mensajes de Whatsapp, se fue dando un paseo a su casa. Echó una partida de Vampire Survivors. A las siete de la tarde quedó con su mejor amigo a tomar un café. De vuelta al hogar, se puso el pijama, se preparó un bocadillo de jamón, un bote de coca-cola y un plátano, y cenó en el salón mientras veía un episodio de una serie de Netflix que trataba sobre una joven estudiante desaparecida, violada y asesinada a la que sus padres no pierden la esperanza de encontrar. Se acordó de su hija, que estaba de Erasmus en Verona, y se le puso mal cuerpo. No pudo dormir. Además, desde que su mujer lo había dejado, no se acostumbraba a dormir solo.

 

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