Dile que no me tiembla el pulso

  

Exposición Olhares Modernos, MACNA

Carmen es una antigua alumna que no pudo entrar en un ciclo medio de Peluquería porque suspendió Historia en cuarto de secundaria. Solo le quedó esta asignatura: la muy insensata dejaba todos los exámenes en blanco. El profesor era tan exigente que la chica se dio por vencida desde el primer minuto del curso. En septiembre, no sé cómo se las apañó para recuperar la pendiente, pero de poco le sirvió, pues ya no quedaban plazas en la escuela de Peluquería. Tuvo que perder un año, durante el cual se dio a la vida loca: fumaba, bebía y se metía toda clase de pastillas.


Me la encontré en mi peluquería habitual cuando estaba haciendo las prácticas del ciclo, y se había vuelto una joven sofisticada y estilosa. Mientras me lavaba el pelo, comprobó que lo tenía frágil y quebradizo, por lo que no dudó en prevenirme del riesgo de calvicie.
—Hostia, profe, te estás quedando como una bola de billar.
Lo dijo sin sombra de rencor o inquina, como una profesional implicada en el bienestar de sus clientes y, a diferencia de otras charlatanas, ni siquiera intentó colocarme un champú milagroso de esencia de rododendro o cualquier potingue similar. Sus prudentes recomendaciones iban más lejos.
—Vete a Turquía, tío.  Allí hacen unos implantes muy buenos.
Y luego añadió que a ella le encantaría viajar a Turquía, aunque no por motivos capilares —lo cierto es que tenía una melena exuberante— sino porque se había aficionado a leer novelas históricas, y la última que había leído trataba de una esclava que se escapaba del harén del sultán y en su accidentada fuga se enamoraba de un mercader griego que la llevaba a vivir en una preciosa isla del Egeo. Mientras sus manos me cardaban y masajeaban sensualmente el cuero cabelludo, confesó en tono confidencial que ahora era una entusiasta de la historia, aunque solo de las historias en las que había amores románticos, pasiones tórridas y otras aventuras esdrújulas.


Me cortó muy bien el pelo. Cuando la felicité, ella se quitó importancia diciendo:
—Para lo que había que cortar...
Habló de los viejos tiempos del instituto con sentimientos contradictorios, como la esclava de su novela evocaría el harén del sultán. Guardaba un recuerdo afectuoso de casi todos sus profesores y, cómo no, se interesó por el profesor de Historia que la había suspendido.
—Le diré que estás aquí, trabajando de peluquera, y que cortas muy bien el pelo.
—¡Sí, por favor, dile que venga!
Y es que se acordaba de que era barbudo, y como ella había hecho la especialidad de barbas en la escuela de Peluquería, le encantaría practicar sus conocimientos de corte a navaja en el cuello de él.
—Dile que no me tiembla el pulso
—dijo con el mismo aplomo con que me había llamado calvo.


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