Raptada

 

Exposición Olhares Modernos, MACNA

 El chico estaba sentado en el bordillo de la acera, junto a unos contenedores de basura que había en la parte de atrás del instituto. Leía un libro. Seguramente era el típico libro de lectura obligatoria que le habían mandado en la clase de literatura y que leía en los ratos muertos, mientras esperaba el autobús.
—¿Qué lees? —le preguntó una desconocida que pasó por allí.
—Un libro de fantasmas.
—¿Da mucho miedo? —preguntó.
Aunque no conocía al chico, supuso que era un tipo solitario, amante de los libros,  y eso le permitía tomarse ciertas confianzas.
—No mucho.
—¿De qué va?
—De un grupo de amigos que acampa en un monte donde hace tiempo habían asesinado a una niña.
—Qué horror. No me cuentes el final, por favor.
—El cadáver nunca apareció.
—No quiero escucharlo… ¡No! ¡No! ¡Me tapo los oídos!
—Pero el fantasma de la niña raptada persigue a los excursionistas.
—¿Eh? ¿Decías algo?
La chica se había tapado las orejas con las manos. Dijo:
—Yo no entiendo a las chicas que se enamoran de un fantasma, un vampiro o un zombi. Si acaso, me enamoraría de una tortuga.
—Una tortuga es peor. Todas son unas viejas —le advirtió el chico—. ¿Quieres que te lea un capítulo?


Le hizo un gesto para que se sentara a su lado en el bordillo.
—Ojalá que no les ocurra ninguna desgracia a los excursionistas.
—Entonces te leeré solo el principio, cuando los amigos van al monte y acampan a la orilla de un río precioso. De repente, levanta el vuelo una bandadas de aves y uno de ellos dice que deberían hacer un arco de madera para cazar un pato y asarlo en la hoguera.
—Estoy segura de que va a acabar mal.
—¿Y si leemos cuando los amigos se reúnen por la noche alrededor del fuego, y cantan y bailan como una tribu de salvajes?
—No. Aquí, al lado de la basura, huele muy mal.


El chico se incorporó para estirar las piernas y encararse con la desconocida. Solo entonces se dio cuenta de que ella era mucho más alta que él y, aunque llevaba puesta la capucha de la sudadera, vio que tenía el pelo moreno. Al levantarse, se le cayó el libro y perdió la página por donde iba en la lectura. “No te preocupes”, le tranquilizó ella, que se agachó a recogerlo y se puso a buscar el párrafo exacto donde habían interrumpido la historia. Cuando lo hubo localizado, sonrió al chico, pero este había desaparecido. Se había marchado sin despedirse ni llevarse el libro. Desde luego, se había ido a toda prisa, porque no se veía a nadie en los alrededores del instituto.
—Un chico vergonzoso con las chicas —pensó ella—. Qué gracioso. 

A pesar de su brusca desaparición, le gustaba porque era flacucho, desvalido y tenía unos ardientes y misteriosos ojos negros.


Con el libro en la mano la chica se dirigió a un parque que había al otro lado de la calle, poblado de altísimos castaños de Indias, bajo los cuales paseaban parejas de enamorados en busca de sitios oscuros donde nadie reconociera sus caras de locos. Se sentó en un banco, que limpió primero con un pañuelo de papel para no mancharse los pantalones. Abrió el libro por una página cualquiera y leyó un fragmento. La lectura le confirmó lo que se había temido desde el principio y tanto la angustiaba: el espíritu de la niña asesinada se reencarnaba en un ave nocturna que sacaba  los ojos a los excursionistas y, una vez ciegos, los arrastraba hasta un cementerio, donde los recibía una legión de muertos salidos de las tumbas. 


Le entró tanto miedo que dejó el libro abandonado en el banco y se marchó a toda prisa, temerosa de que una presencia sobrenatural la acechara en las tinieblas. No podía dejar de mirar atrás, sin embargo, y menos aún cuando vio que una persona, quizá uno de aquellos amantes frenéticos, se sentaba en el mismo banco donde había estado ella antes y se apropiaba del objeto que había dejado allí en su apresurada retirada. Estuvo un buen rato espiando a la sombra y acabó riéndose de sí misma por figurarse cosas extrañas. ¡Bah, era el chico raro que volvía a recuperar su libro!

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