Una sencilla profesora de Química

 


 Dijo, en uno de sus poemas, que había sido una sencilla profesora de Química en una ciudad luminosa del sureste. Que había quemado sus largas horas en la lumbre de símbolos y fórmulas. No había descubierto nada ni tenía ningún premio:

Minúscula sapiencia para tan grande sueños.
Pequeñez agobiante para inquietudes tantas.

En otro poema del mismo libro —Desvarío y fórmulas, 1978— la autora expresa su tristeza por haber tenido que suspender a un chico minero. El estudiante vestía de negro y parecía  mimetizado con el mineral: pantalón de hulla, jersey de grafito, su cabello recordaba la turba: todo él era yacimiento.
María Cegarra, poeta del 27, fue la primera mujer de España que obtuvo un título superior en Química. Como revelan los versos dedicados a sus compañeros en la ilusionada tarea de la enseñanza, fue profesora y ejerció la docencia en la Escuela de Peritos Industriales de Cartagena y en institutos de la comarca minera de La Unión, Murcia.


Las últimas minas de La Unión cesaron su actividad en 1991, por lo que ya no quedan allí estudiantes como los que conoció María Cegarra. Otros cambios han transformado, para mejorarlo, el mundo evocado por la poeta: esta ya no sería una excepción en claustros de profesores donde hay  tantas mujeres como hombres, si no más, que enseñan Física, Química, Matemáticas, Tecnología y Biología.  Lo que sí permanece inmutable, por el contrario, es el sistema de exámenes y la figura del fracasado escolar, el alumno que entrega las cuartillas en blanco y a quien no queda más remedio que suspender. No son hijos de mineros, pero tal vez sean hijos de parados, inmigrantes, familias rotas; o adolescentes idiotizados y desesperanzados en una sociedad caníbal. Incapaces de desarrollar un tema de teoría sobre el carbono o la generación del 27, les ponemos un cero y los condenamos al fracaso. La mayoría de las veces, ni siquiera nos dan pena.

 

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