Día del Libro en la escuela

 


 Todos los años, cuando se acercaba el Día del Libro, el profesor explicaba a sus alumnos el mismo rollo sobre el 23 de abril de 1616, fecha en que supuestamente habían muerto Cervantes y Shakespeare; aunque en realidad —añadía tras una pausa dramática que no surtía el efecto buscado, porque nadie le estaba haciendo caso—, ninguno de los dos había muerto ese día, que ya sería casualidad, sino que el escritor castellano falleció el 22 de abril; y el inglés, el 3 de mayo del calendario gregoriano. En cualquier caso, con el permiso de los creadores de don Quijote y Hamlet, la fiesta se salvaba gracias a Sant Jordi, el caballero que mató al dragón y ahora daba nuevas muestras de heroísmo sacando  los libros y las rosas a la calle. Leían, tras esta introducción histórica, un texto del autor galardonado con el Premio Cervantes; por ejemplo, el poema Derrota de Rafael Cadenas, y si acaso, el episodio de los molinos de viento. En penúltimo lugar, el profesor recordaba que las librerías estaban abiertas hasta medianoche y hacían un descuento del diez por ciento. 


Por último, quedaba recordar que el 24 de abril tendrían un control de la lectura obligatoria, en el cual cada falta de ortografía bajaba 0,10 puntos; el 26, un examen de análisis sintáctico; y el 28, una prueba de comentario de texto.

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