Castilla la común, 47

 


 —¡Aquí solo hay piedras! Piedras, piedras y más piedras —se lamentaba un poeta que, extraviado en el desierto, no alcanzaba a ver un árbol o un arroyo que amenizaran el paisaje.
—¡Cuánta desolación! —suspiraba en mitad de lo que él llamaba “yermo berroqueño” u “hosco canchal”.
—¡Qué va! Diga usted más bien cuántos millones de euros —le corrigió un habitante del lugar que pasaba por allí —y no me venga con palabros raros.
Este, como la mayoría de sus paisanos, trabajaba en el sector de la canteras, que representaba el 80 % del PIB comarcal. A él, cuanto más grandes y más gordas, mejor le parecían las piedras de su pedregoso país.


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