El día de las elecciones

 


 El día de las elecciones una persona de impecable expediente académico votó al partido equivocado porque no sabía el significado de las siglas LGBTIQ+ y le daba vergüenza reconocerlo.
Otro ciudadano confundió la papeleta porque tenía un vicio inconfesable: los fines de semana salía con su cuadrilla al campo a cazar codornices.
Un individuo bajito, se diría que minúsculo, votó por descuido a un líder carismático que medía 1,90 por lo menos.
Un paisano entregó su voto a los defensores de la globalización a pesar de que solo había aprobado el B1 de inglés en la EOI de su capital de provincia.
Otro, que era un obrero de Chinchón, negó su apoyo a los obreros de Etxarri-Aranatz.
Un padre no pudo votar a la izquierda porque una vez le había dado un azote a su hijo con la mano derecha.
Un varón heterosexual normativo reconoció, avergonzado, que cuando veía a la candidata de izquierdas en televisión se quedaba mirándole el escote y que solo por eso se consideraba indigno de votar a la izquierda.
A una trabajadora del matadero municipal le dio reparo votar al partido de los trabajadores porque le gustaban los perfumes caros.
Un tipo que no descartaba la existencia del Ángel de la Guarda, incluso que la deseaba, se abstuvo en las elecciones por problemas de conciencia.

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