La diversidad es cool

 


 La torre de Babel, que los humanos levantaron para igualarse al Dios de los cielos, es un mito y todos los mitos son antiguos, además de poéticos y fabulosos. Por eso, nadie que discurra lógicamente se cree ya el castigo que Dios infligió a sus indignos competidores y que consistió en hacerles hablar lenguas diferentes para que no se entendieran, ni nadie en sus cabales desdeña el tesoro de la diversidad lingüística. En el logos de la posmodernidad, esta, lejos de ser un azote divino,  es un regalo, tal vez envenenado, que sirve para marcar distancias, alzar nuevos muros e impedir reuniones. Puesto que no hay un proyecto de humanidad en común, ¿para qué queremos entendernos? Que se entiendan los banqueros, los capitalistas, los dueños de la globalización... y nos dejen separarnos a nosotros como buenos hermanos.


Pueblos que hablan lenguas distintas reclamarán una escuela diferenciada, un cuerpo de bomberos propio y una selección de fútbol exclusiva, porque todo va en el mismo paquete. Si hablan el mismo idioma pero con otro acento, exagerarán la pronunciación y hurgarán en el fondo del diccionario para rebuscar palabras raras que los identifiquen como unidades étnicas de destino en lo universal. Si ni siquiera hay diferencias fonéticas apreciables, llamarán al idioma común de manera diferente o se inventarán ortografías incompatibles para que nadie los confunda como si fueran iguales.


La diversidad no es ninguna diversión frívola y las personas que sufren discriminación por su físico, temperamento, edad, género, nación o lengua pueden o podemos corroborarlo: nadie está libre de convertirse en víctima. Los “distintos” de diseño pertenecen, sin embargo, a otra especie; en general, se muestran encantados de conocerse a sí mismos y tan ocupados en mirarse al ombligo que no tienen tiempo para dedicarlo al arduo aprendizaje de cómo son los demás: los supuestos iguales, la masa apelmazada que a menudo desprecian. Ser reconocidos como diversos es una forma de ponerse en valor. Quieren ser islas paradisíacas en tiempos de catástrofe, separarse de tierra firme, y se exponen a ser engullidos por el mar.

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