Por fin el silencio

 


 En sus clases de Lengua, que se centraban básicamente en el arte de hablar y escuchar, el diálogo y el debate, la profesora Nora Castro había observado una tendencia que, si bien no se atrevía a formular como ley general por basarse en datos inconexos, tal vez meras impresiones subjetivas, a ella le parecía sintomática de los cambios sociales que acarrea la posmodernidad. Había notado, en efecto, que de ser imposible el diálogo en las aulas porque los participantes se gritaban, insultaban y quitaban la palabra, habíamos llegado a un estadio de incomunicación en el que el diálogo era imposible porque nadie tenía nada que decir y, menos aún, que escuchar. Cualquiera entiende que chicos de 12 a 17 años hagan caso omiso de las explicaciones de la profesora, pues es una actitud propia de su rebeldía contra el mundo adulto; cualquiera entiende asimismo que no soporten las lecciones magistrales de una hora, pues a la mayoría de la gente nos pasa lo mismo, que nos aburrimos o quedamos dormidos en semejantes circunstancias. Pero que fueran incapaces de aguantar siquiera cinco minutos de conversación amistosa, sosteniendo la mirada del interlocutor y prestándole la debida atención… eso era intolerable.


En vista de lo cual, la profesora Nora Castro se refugiaba a veces en los temas de gramática pura y dura. Nadie puede reprochárselo. Con grupos de treinta adolescentes, muchos de ellos entontecidos por el aislamiento en que transcurren sus vidas privadas; con unas programaciones descabelladas y unas rúbricas que detallan con precisión milimétrica los criterios de evaluación para evitar los abusos de profesores déspotas, las reclamaciones de los padres y las pesquisas de la inspección educativa, lo más fácil era el socorrido recurso de mantener a los alumnos callados, obligándoles a rellenar huecos con pronombres o formas verbales. Someterse a las reglas de ortografía, al orden sintáctico, a las cronologías literarias, al porque sí y porque yo lo digo, que son subordinadas causales. Renunciaba así al diálogo basado en el amor al mundo, a la vida y a los hombres, humilde y cimentador de la libertad, que defendía su admirado Paulo Freire, para sumirse en la desesperanza:  A desesperança é também uma forma de silenciar, de negar o mundo, de fugir dele… Por fin, el silencio en la clase de Lengua.

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