Camarada

 


  Camarada es una hermosa palabra que puede leerse en los versos de Whitman y  Mayakovski, y escucharse en las asambleas de los comunistas.


Para la gramática, es un sustantivo común en cuanto al género; por eso se dice "el camarada" y "la camarada", sin que varíe la terminación del nombre, dependiendo el género de la concordancia con los determinantes y adjetivos: "el buen camarada", "la buena camarada". Sustantivos comunes en cuanto al género son también miembro o testigo.


Hasta donde yo alcanzo, no se utiliza el femenino testiga y muy raramente, miembra. La conversión de miembro en un sustantivo de terminación variable (miembro, miembra) es, sin embargo, sintomática de una tendencia que lleva a identificar indiscriminadamente la o final con lo masculino y proponer formas alternativas de femenino. En palabras tan reacias a la flexión de género como los sustantivos terminados en -ista se da, por cierto, el fenómeno contrario: ¿por qué, si no, decimos “el modisto” en vez de “el modista”? Sencilla y llanamente, porque la o es cosa de hombres y la a, de mujeres; de ahí que el lenguaje antipatriarcal ponga mayor empeño en proscribir la vocal de connotaciones varoniles.


Nos figuramos que como los números —el 3, la trinidad; el 7, la sabiduría; el 10, la totalidad...—, las letras adquieren unas connotaciones simbólicas: la o tiene algo de testículo; la a, de vulva; la patriotera eñe, de España...


La e final, que indica género gramatical masculino en palabras como jefe-jefa o Pepe y Pepa, se ha convertido incomprensiblemente en martillo del género binario: chicos, chicas y chiques. Pero esta propuesta del lenguaje inclusivo no sirve cuando el nombre masculino acaba en e: jefe, jefa y…? ¿Cómo decir “Todos los jefes son unos cabrones” sin excluir a los jefes de ningún género? La única solución sería cargarse todas las vocales finales: “Todxs lxs jefxs son unxs cabronxs”.


Ninguna de estas modas lingüísticas debe ser motivo de alarma y, menos aún, de escándalo. La mayoría de ellas pasarán sin dejar apenas huella en el idioma. La mayoría de los hispanohablantes prestaremos poca o ninguna atención a las recomendaciones de la Real Academia Española y de las academias alternativas que fomentan los medios de comunicación, administraciones, movimientos sociales, sindicatos, partidos, etc. La lengua, como lo ha hecho siempre, se adaptará a las nuevas realidades y solo cabe desear que estas nos traigan un mundo mejor, como el que soñaba Walt Whitman en su canto a la democracia: 


Sí, yo quiero hacer indisoluble el continente,
Yo quiero forjar la raza más espléndida que haya brillado
bajo el sol,
Yo quiero crear divinas tierras magnéticas,
Con el amor de los camaradas,
Con el amor de toda la vida de los camaradas.


Los camaradas y las camaradas; a todos, salud. Pero, por favor, no se lo pongamos tan fácil a quienes se obstinan en desunirnos y ridiculizarnos.

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