Tristes progres

 


 El día después de las elecciones, un progresista ilustrado se asomó al balcón de su torre de marfil, el cual, evidentemente, tenía una hermosa balaustrada de marfil hecha con colmillos de elefantes africanos, y vio a la muchedumbre espesa que tomaba las calles para celebrar la victoria del partido de los banqueros, los directores de las multinacionales y los jueces togados. Contemplado desde lo alto, el bullicioso tropel parecía una invasión de cucarachas, entre las cuales no se distinguía, por cierto, ninguno de esos personajes distinguidos cuya candidatura electoral había arrasado en las urnas.


—¡Sois unos putos alienados o, mejor dicho, unos tontos del culo! —les increpó el intelectual progresista—. Luego lloraréis cuando os quiten la sanidad pública.
Pero como gritaba a los manifestantes desde el piso séptimo de un edificio de acero y cristal con incrustaciones de marfil, estos no se enteraron o no le hicieron caso.
—Qué país de mierda. Me dan ganas de escupiros.


Y lo hubiera hecho, en efecto, si no fuera porque uno de los traumas de su infancia era no haber aprendido a escupir por el colmillo retorcido con la chulería y destreza de sus compinches de pandilla, capaces de fulminar a una mosca en vuelo con un proyectil de saliva verdosa. En pleno arrebato de indignación, lanzó un aborto de gargajo que, apenas hilo de baba, se le quedó colgando de la barbilla. Como la justa indignación no quita el aseo, se limpió el ruin esputo con la palma de la mano y optó por encerrarse en su estudio a ver las noticias. 


El triunfo electoral de los conservadores había desatado la euforia en la bolsa. En la portada de todos los informativos solo se publicaban buenas noticias. Los jueces ya no soltaban a los violadores y el precio del aceite de oliva había bajado de repente, a pesar de que la sequía continuaba siendo la misma que el día antes de las elecciones. Nada tenía de extraño que el pueblo humilde celebrara la victoria de las fuerzas del orden, convencido de que sus amos naturales aflojarían el nudo de la soga que lo estrangulaba. 


Pero en la planta 7 de la Ivory Tower el progresista ilustrado estaba triste, qué tendría el progresista ilustrado. Solo de pensar en la zurra de toros, procesiones y españolismo casposo que se veía venir encima, le daban ganas de exiliarse a la república de la inmensa minoría y declararla independiente.


Comentarios