Ciudadano fantasmal de Alejandría

 


 Eróstrato prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso por afán de pasar a la historia a cualquier precio. Arquíloco de Paros no volvió de la guerra ni con el escudo ni sobre el escudo, sino que lo abandonó huyendo del enemigo: acto bochornoso del cual dejó constancia en sus versos. 

He leído ambas anécdotas en la obra de Irene Vallejo El infinito en un junco.


En realidad, ya conocía estas historias, pero se me habían olvidado. Cuando era lector en Yugoslavia, hace muchos años, fui a Éfeso y probablemente allí escuché, a pie de columna, el relato de cómo se arruinó la séptima maravilla del mundo antiguo. De Arquíloco sabía que escribió: Olvida Paros, y aquellos higos y el vivir del mar.  


Con lectores tan desmemoriados como yo, Arquíloco no necesitaría justificar su deserción  y Eróstrato podía haberse ahorrado su fechoría. Tras mucho andar y leer mucho, ¿qué queda de los libros leídos o de los caminos andados? Yo, que no he estado nunca en Alejandría, juraría que alguna vez frecuenté su biblioteca, bebí el vino de sus tabernas y vagabundeé por sus barrios con un libro de Kavafis en la mochila. Aparte de esta condición de ciudadano fantasmal de Alejandría, ninguna cosa útil saqué de provecho: poca sabiduría y nada de erudición.

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