Informe de la RAE sobre la enseñanza de la lengua y la literatura: algunas consideraciones

 


  Leo  en la portada de El País, por encima, un artículo a propósito del informe de la Real Academia Española sobre la relajación del nivel de exigencia de lengua y literatura en las aulas de secundaria. Solo con echar un vistazo al titular me enciendo y es que no puedo negar mis prejuicios contra una institución a la que achaco tres baldones: primero, ser Real o, lo que es lo mismo, monárquica; segundo, ser Academia, léase vetusta; y tercero, ser Española en vez de Hispanoamericana. En cualquier caso, voy al sitio web de la RAE, descargo el documento, lo leo con más o menos paciencia y matizo mi desfavorable opinión inicial. 


Hay que admitir, en efecto, las aportaciones de la institución limpiadora, fijadora y abrillantadora de la lengua en beneficio de la comunidad educativa y la sociedad en general. Sus diccionarios, gramáticas, ortografías, manuales, bases de datos y portal lingüístico son herramientas indispensables para cualquier persona interesada en el estudio del castellano. Más aún, la Gramática básica podría servir muy bien como libro de consulta para todos los cursos de bachillerato y se me ocurre que la aplicación para móviles del Diccionario debería ser casi de descarga obligatoria. 


Lo malo es que cuando se mete por vericuetos educativos, justo unas semanas después de la publicación del informe Pisa, que baja la nota a los alumnos españoles en las destrezas lingüísticas, los excelentísimos académicos se entronizan en las altas esferas de un humanismo idealista y claman, entendemos que bienintencionadamente, contra la burricie reinante en la escuela. En el punto 2 afirman: El lugar absolutamente central de la educación en las sociedades modernas está fuera de duda; y se quedan tan frescos. La pregunta que se nos plantea de inmediato y que formulamos con la llaneza retórica propia de la generación Z es: “¿Y…?” ¿Acaso, por muy central que fuera, sería deseable un sistema educativo destinado a formar trabajadores baratos, ciudadanos desinformados o personas banales? Hemos de suponer que lo que quiere la RAE, como todas las personas de bien, es que no se discuta el papel central de la educación en las sociedades modernas y que esta sea una educación de calidad. En sintonía con la mayoría de los docentes, los autores del informe denuncian el trastorno que provoca el continuo vaivén de leyes educativas. Sin embargo, al analizar las controversias políticas que hacen imposible el consenso, reparten culpas a diestro y siniestro con magnánima ecuanimidad. A su juicio, son igual de intransigentes los que defienden una asignatura de Ciudadanía, de carácter laico y universal, como la Literatura, la Filosofía o la Historia, que quienes defienden la presencia de una materia confesional en las aulas. Vaya por Dios, todo es lo mismo. Al cabo, armada de buena voluntad, la Docta Casa propugna un Pacto educativo de Estado y reconoce el papel de la educación para garantizar la igualdad de oportunidades. Ojalá les hagan caso. 


Se reparten varapalos, bien merecidos, contra el aprendizaje basado en competencias, a los que me sumo siempre y cuando la alternativa no sea la vuelta a la vieja escuela de los libros de texto, los profesores déspotas y la ignorancia vestida de mona de seda. No sería de recibo que la Real Academia echase de menos los currículos en los que se estudiaba la lengua como si fuera un circuito eléctrico, en el taller de Tecnología; y se comentaban los textos literarios a la luz del microscopio, en el laboratorio de Biología: en definitiva, del modo más deshumanizador imaginable. Y es que el rechazo de los contenidos por parte de algunas tendencias pedagógicas posmodernas es tan deplorable como el “contenidismo” absurdo de la idealizada escuela del “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Lo razonable, lo mesurado, el término medio en esta cuestión no es predicar vaguedades, sino establecer unos contenidos adecuados a los fines de la educación secundaria. Y no vale salir aquí con la cantinela de la deficiente formación de los profesores. ¿Qué es eso de que los profesores no son responsables de la formación que han recibido? Cualquier trabajador de la enseñanza, como profesional con estudios superiores que es, tiene la obligación de estar al día en la ciencia de su especialidad y está dotado de la inteligencia necesaria para actualizar sus conocimientos. Otra cosa es que le falte tiempo, por la sobrecarga de tareas burocráticas; o motivación, por la falta de expectativas en su carrera. Por desgracia, la oferta de cursos de formación permanente se ha enfocado de manera obsesiva hacia los ámbitos de las tecnologías de la información y la comunicación, el inglés y un batiburrillo de chuminadas pedagógicas, dejándose de lado la formación científica, hasta el punto de que hablar de “formación científica” en el nivel de secundaria suena pretencioso. 


Aplauden los académicos la democratización de la enseñanza, pero temen que este salto adelante suponga un descenso en el nivel educativo. Un poco de perspectiva histórica, por favor: la escolarización universal hasta los 16 años y la erradicación del analfabetismo son conquistas revolucionarias que, como todas las revoluciones, han generado nuevos conflictos, pero cuyo balance de progreso es indiscutible. La cuestión es profundizar en esta democratización y no dejarse llevar por melancolías y ensueños idealistas que conducen a una parte del profesorado a la añoranza del antiguo régimen.

 
Por último, se descuelgan los miembros de la Docta Casa con un dictamen que nos sorprende por su radicalismo antisistema, pero que tiene trampa, porque no se atreven a llevarlo hasta las últimas consecuencias. Censuran “la preeminencia de lo fútil” en la sociedad contemporánea y alertan de los malos ejemplos a los que está expuesta la juventud. A nosotros, profesores, nos lo van a decir. ¿Leer a Almudena Grandes, representar a Valle Inclán, recitar a Lorca, estudiar el surrealismo, aprender etimologías, redactar argumentaciones…? Se puede y se debe hacer en las clases de Lengua, aunque los modelos vigentes de poder y éxito, la ley del mercado y la trivialización de la cultura nos lo ponen muy difícil. Por tanto, no estaría mal que la Real Academia Española dirigiera sus dardos contra los verdaderos responsables del estado crítico de la enseñanza y, con la misma ponderación con que amonesta a las autoridades educativas de España, apelara a sus amigos y benefactores de la Casa Real, el Banco de Santander, Repsol, La Caixa, Prisa, Telefónica o Iberdrola para que se unan a esta cruzada en defensa de la poesía, la lectura, las lenguas clásicas, el desarrollo de la imaginación y el mundo de yupi. A ver si entre todos conseguimos que los alumnos no sientan que "pierden el tiempo en actividades que perciben como ornamentales, o al menos como ajenas a sus intereses inmediatos".


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